CAPITULO 1
¿Me
acompañas? Si vienes conmigo conoceremos mejor la mayor historia jamás contada
y los acontecimientos que cambiarían la historia de la humanidad
¡Qué
apropiado es que nuestra historia comience en el lugar más sagrado que había en
la tierra para Dios: El Templo de Jerusalén!
Corre
el año 3 a. E.C. “Sucedió que en los días de Herodes, el rey de Judea hubo
cierto sacerdote de nombre Zacarías, de la división de Abías, y éste tenía por
esposa a una mujer que vino de las hijas de Aarón, y el nombre de ella era
Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios por que andaban exentos de culpa de
acuerdo con todos los mandamientos y requisitos legales de Jehová. Pero no
tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran de edad avanzada” (Luc.
1:5-7)
Estas
palabras del evangelista Lucas abarrotadas de datos, desvelan pudorosamente el
drama de este matrimonio.
Zacarías
y Elisabet eran los dos de familia sacerdotales. No era obligatorio que un sacerdote se casara con una mujer de su
tribu, pero era doble honra el que así fuera. Nobles por su sangre religiosa,
lo eran también por sus actos; pues las Escrituras los califican como justos delante
de Dios y cumplidores de sus mandamientos. Entonces… ¿Por qué su casa no hervía
de gritos y carreras de niños, cuando en Israel eran los niños el signo visible
de la bendición de Dios?
Cuando
Elisabet y Zacarías se casaron, comenzaron a imaginar una familia nutrida y
numerosa. Pero meses más tarde, Elisabet comenzó a mirar con cierta envidia
cómo todas sus convecinas, las de su edad, comenzaban a pasear por las calles
del pueblo orgullosas de sus vientres abultados. ¿Por qué ella no? Zacarías
trataría de tranquilizarla. “Vendrán, mujer, no te preocupes”. Pero pasaban los
meses, los años y los hijos de sus amigas corrían ya por las calles, mientras
su seno seguía tan seco como las montañas de Judea que contemplan sus ojos.
Zacarías
y Elisabet ya no hablaban más de hijos. Pero ese “cáncer” crecía en su corazón.
Examinaban sus conciencias: ¿Es que Dios podía estar descontento de ellos?
Quizá
Elisabet comenzó a sospechar de Zacarías y Zacarías comenzó a pensar mal de
Elisabet: ¿Qué pecados ocultos le hacían a él infecundo y a ella estéril? Pero
pronto ella se convencía de que la conducta de él era intachable y el marido de
que la pureza de su mujer era total. ¿De quién la culpa entonces? No querían
dudar de la justicia de Dios. Pero una pregunta asediaba sus conciencias: ¿Por
qué Dios daba hijos a matrimonios mediocres y aun malvados –allí en su mismo
pueblo—y a ellos, puros y merecedores de toda bendición, les cerraba la puerta
del gozo? ¡No!, no querían pensar en esto. Pero no podían dejar de pensarlo.
¿Cuántas veces, estos pensamientos, habrán causado que oraran a Dios, ya no
tanto por los hijos, sino para poder llegar a entender la justicia divina?
Pasaron
los años en medio de oraciones sin respuesta y decepciones desconcertantes y
así habían envejecido.
Sus
únicas satisfacciones se las proporcionaba su servicio en el templo como
sacerdote que era. Llegó el año en que su división sacerdotal tuvo que servir
en el templo durante una semana dos veces al año. Entró aquel día en el
santuario y junto con él sus compañeros y para evitar competencias se sorteaba
quién sería el afortunado de ofrecer el incienso del sacrificio, pero sólo se
elegía a aquellos que nunca lo habían hecho, pues el ofrecer el incienso solo
podía ejercerse una vez en la vida. Para Zacarías fue, pues, su gran día. Pero
aún no se imaginaba hasta qué punto.
Aunque
los atrios del templo de Herodes ya se habían convertido en un mercado en la
época de Zacarías, podemos estar seguros de que este sacerdote se iba a tomar
su responsabilidad con gran seriedad. Lo más posible es que hubiera pasado la
noche anterior en uno de los cuartos contiguos al muro exterior del templo.
Estos cuartos, que también se utilizaban como depósitos se describen en 1ºRey
6:5. Una de las razones principales por la que los sacerdotes permanecían
dentro de las instalaciones del templo era para mantener sus mentes y cuerpos santificados.
¡Por
fin llegó el día! Zacarías se levantó de su lecho en un pequeño cuarto,
sorprendido y entusiasmado por el privilegio único, que había temido que nunca
le llegaría… después de todo no era un jovencito.
No
era momento de preocuparse por cuestiones maritales, pero los pensamientos de
Zacarías seguramente se dirigieron hacia Elisabet. Ahora, su servicio en el
templo le obligaba a dejar el hogar, Elisabet quedaba completamente sola. Ella
manejaba la casa vacía con gran diligencia pero él sabía que la falta de hijos
aún la hacían sufrir. Después de todo, los hogares judíos estaban hechos para
tener niños.
Zacarías
se ocupó de recoger sus cosas y se dispuso para su gran oportunidad. Atravesó
los portales del templo y contempló una vista que le quitaría el aliento a
cualquier persona: el sol matinal bañaba el templo de color marfil y oro.
Es
posible que ya se hubieran reunido unos pocos madrugadores para adorar en los
atrios. Zacarías no tenía idea de que la suave brisa que soplaba allí le traería
mucho más que una simple mañana como tantas otras.
Se
iba acumulando una multitud cada uno colocado en sus sitios, los hombres y las
mujeres. La costumbre era orar en forma individual pero simultánea en el atrio,
mientras que el sacerdote oraba adentro por ellos en conjunto. Al terminar con
sus deberes, el sacerdote saldría y les daba su bendición.
¡Llegó
el momento! Zacarías avanzó ante la multitud que le vio entrar en el Santo. Dentro, Zacarías esperaba
el sonido de las trompetas sacerdotales para derramar el incienso sobre las
brasas. La ceremonia debía durar pocos segundos. Luego, debía regresar con los
demás sacerdotes, mientras los levitas entonaban el Salmo del día.
Zacarías,
estaba de pie, ante el altar. Vestía una túnica blanca, de lino y un cinturón.
Cubierta la cabeza, descalzos y desnudos los pies por respeto a la santidad del
lugar. A su derecha estaba la mesa de los panes, a su izquierda el candelabro
de oro de siete brazos.
Sonaron
las trompetas y Zacarías iba a inclinarse, cuando vio al ángel. Estaba al lado
derecho del altar nos dice Luc. 1:11.
Zacarías
debió de entender que era una apareció, pues ningún ser humano, aparte de él,
podía estar en aquel lugar. Y Zacarías no pudo evitar el sentir una gran
turbación.
Fue
entonces que el ángel le dijo: “No temas, Zacarías,
porque tu ruego ha sido oído favorablemente, y tu esposa Elisabet llegara ser
para ti madre de hijo, y has de ponerle por nombre Juan” (luc.1:13) No
quiero que se te escape la importancia de estas palabras. La responsabilidad
del sacerdote de turno era ofrecer el incienso y orar por la nación de Israel
lo que incluía individualmente una petición por el Mesías, pero la oración que
había sido oída favorablemente, dijo el ángel que tenía que ver con Elisabet y
su futura maternidad. El anciano sacerdote no podía saber cuan íntimamente
relacionadas estaban su oración colectiva por el Mesías y su oración personal
por un hijo. Zacarías no tenía forma de saber que Dios había manipulado a
propósito su ocasión de servicio de ese día por una razón revolucionaría.
No
sabemos con todo lujo de detalles lo que ocurrió allí dentro, pero es fácil de
imaginar que Zacarías debe de haber aprovechado el momento más sagrado de su
vida para que su propio motivo de oración ascendiera como incienso hasta el
trono de Dios. La oración, es ese momento en particular, quizá no haya sido por
un hijo. Con la edad que tenían, Zacarías y Elisabet ya se habían dado por
vencidos. O quizá recordó a Abraham y
Sara, y supuso que Dios podía hacer lo imposible. De una forma u otra, creo que
Zacarías dijo algo acerca del vacío que sentían en sus vidas, y el dolor o la
decepción que tenían en sus corazones.
Llegado
este punto de esta aparición me viene una inquietud. Gabriel, que es el ángel
que se encuentra con Zacarías le dice que Dios ha oído su oración y a
continuación el embajador celestial la da una profecía muy detallada sobre la
vida del niño.
¿Y
cuáles son las primeras palabras que salen de la boca de Zacarías?: “¿Cómo puedo estar seguro de que esto sucederá”?
(Luc. 1:18)
Al
parecer, a Gabriel no le parece del todo bien la respuesta dudo dativa de
Zacarías. Estas fueron las últimas palabras que salieron de los labios del
sacerdote por un buen tiempo (9 meses y 8 días)
La
transgresión de Zacarías no era mortal. La promesa estaba intacta aún y el
anciano iba a ser padre…sólo que no tendría mucho que decir hasta que su fe se
convirtiera en vista
Mientras
tanto, en el patio del templo la gente se impacientaba. A la extrañeza de la
tardanza del sacerdote le siguió la inquietud colectiva. Los ojos de todos los
asistentes se dirigieron a la puerta por la que Zacarías debía salir. ¿Qué
estaba pasando a dentro?
Cuando
el sacerdote reapareció, todos percibieron en su rostro que algo le había
ocurrido. Y, cuando fueron a preguntarle si se encontraba bien, Zacarías no
pudo explicárselo. Estaba mudo. Algunos pensarían que algo milagroso le habría
podido pasar dentro. Otros creyeron que era simplemente la emoción lo que
cortaba su habla.
Concluida
la semana del servicio sacerdotal en el templo, Zacarías pudo regresar a su
casa y explicarle –con abrazos, gestos y escritura – a Elisabet que su amor
aquella noche sería diferente y fecundo, entendieron los dos que la alegría había
visitado definitivamente su casa.
Pero
mi mente inquisitiva de investigador se queja de la falta de detalles. ¿Cómo
reaccionó Elisabet ante aquello?, ¿Rió?, ¿Gimió?, ¿Lloró? Si la edad había ya cerrado su vientre, ¿Cuál fue
la primera señal del embarazo? Finalmente, me pregunto si Zacarías le expresó
de alguna forma a Elisabet hasta el último detalle de la profecía sobre su
hijo. ¿Se imagina usted que le digan antes que su hijo sea concebido que él o
ella le dará gran gozo y que será grande delante de Dios? Cuando vemos en una
ecografía que todas las partes del bebé
están bien formadas, damos un enorme suspiro de alivio. ¡Qué no daríamos
por tener algunas garantías sobre su carácter! Sin duda, Zacarías y Elisabet
pensarían que esta respuesta divina valía la pena la espera. ¡Dios es tan Fiel!
(Deu. 7:9; Luc. 1:5-33)
APLICACIÓN
PERSONAL.
Hasta
aquí ha sido el relato de hoy, pero una vez acabada esta narración, quisiera
explicar la aplicación del mismo, con 2 puntos:
1º) punto.- Tiene que ver con
la oración
¿Alguna
vez has casi renunciado a que Dios te respondiera una oración ferviente, que
estuvo mucho tiempo en tu corazón?, ¿tienes alguna preocupación por lo que oras
desde hace mucho tiempo? No perder las esperanzas por una petición repetitiva
puede convertirse en un desafío tremendo. Pero recuerda, Dios no tiene una
cantidad limitada de poder que nos obligue a seleccionar cuidadosamente unas
pocas peticiones muy especiales por las que podemos orar. Las Escrituras nos
dicen que los cristianos de la actualidad podemos tener acceso al trono de la
bondad inmerecida las 24 h del día (Heb. 4:16)
Ahora bien, si has de recibir una respuesta negativa definitiva por
parte de Dios, ora para poder aceptarla y confía en que Él sabe lo que está
haciendo. Por otro lado, si no te ha ocurrido esto, no permitas que tu oración
se vuelva aburrida y mecánica. Al igual que Zacarías y Elisabet, sigue
caminando fielmente con Dios aún cuando te sientas desilusionado.
El
andar con Dios en TODAS las circunstancias de la vida aumenta tu seguridad de
que Dios es fiel y bueno aunque no obtengas lo que pides.
El
reconocimiento de todas las OTRAS obras que Dios está haciendo en tu vida
evitará que te desalientes mientras esperas tu respuesta. Zacarías esperó
durante mucho tiempo la respuesta de Dios, pero cuando llegó, sobrepasó todo lo
que el sacerdote podía haber pensado o pedido.
2º) punto.- NO DUDAR de
las promesas de Dios.
Cuando
Dios hace saber su voluntad concreta para alguien, no importa lo increíble o
imposible que parezca de realizarse. Dios no habla bien de las dudas de sus
siervos con respecto a sus propósitos. ¿Te ha dado a conocer tu Dios su
propósito para ti?
¿Dónde
estarás?, ¿Qué harás? Pues entonces y por si acaso NO DUDES de Él aunque como
dice la Escritura:”ojo no ha visto, ni oído ha oído, ni se ha concebido en el
corazón del hombre las cosas que Dios ha preparado para los que le aman” (1º
Cor. 2:9).

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